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viernes, 6 de septiembre de 2013

Compañía eterna.

    Como tantas otras veces lo ve marcharse, sale por la puerta sin mirar atrás. Ella se queda en el umbral, intentando en vano contener las lágrimas. Se queda ahí, inmóvil, mientras el viento juega con sus cabellos. En sus labios se ha quedado una amarga despedida. Siente como si una estaca de hielo le hubiera atravesado el corazón, rasgándolo sin piedad, causando el horrible dolor de un adiós.

    Ya no lo ve, se ha quedado sola. Él ha desaparecido. Tal vez por horas, puede que por días, o para siempre. De repente, es consciente de una sensación conocida, una compañía que no había olvidado.

    Un escalofrío recorre su espalda cuando se le acerca sigilosamente por detrás. La acaricia suavemente desde los hombros hasta las manos. Sus fríos dedos recorren sus muñecas, con cariño hasta que se clavan, atravesando su carne. Ella no se inmuta, es algo familiar. Nota una gélida respiración que recorrre su espalda, su cuello y llega hasta su oreja mientras le susurra: "¿Me echabas de menos?".